La presidenta de un país ubicado al sur de Norteamérica, en
una zona denominada Sudamérica; descubrió que una manera de mejorar el estatus
del país era mediante la incentivación de la fabricación de mermelada de
frutas, por lo cual decidió utilizar gran parte de los fondos estatales en la
construcción de infraestructura adecuada para que se puedan realizar las
actividades correspondientes para la obtención del producto final. La otra
parte del dinero la empleó para pagar los sueldos de los participantes en el
proyecto en cuestión, y los sobrantes económicos los invirtió en un plan “X”.
Este último era desconocido para todos, nadie sabía en que se basaba
exactamente; pero yo no voy a hablar de él, porque ese es tema aparte, además
no poseo conocimientos al respecto, y no es bueno hablar sobre cosas que no se
saben, ya que uno siempre termina diciendo tonterías inventadas por uno mismo o
escuchadas mientras se hace la cola para pagar el kilo de harina comprado en el
almacén.
De lo que sí puedo charlar debido a que conozco demasiadas
cosas del asunto, es sobre la misteriosa empresa azucarada. Yo fui uno de los
primeros aprendices de dicho lugar, es por esa razón que les puedo desvelar
gran parte de los secretos de él.
La industria dulcera al comienzo funcionó perfectamente,
todos amaban el sabor que imprimía en las personas el sistema implementado por
las autoridades; muchas pasiones fueron liberadas y llevadas del dicho al hecho
gracias la excelente organización realizada. Era un verdadero honor estudiar
allí, pocos países eran los que contaban con un sitio en el que se pueda
aprender a ser maestros en el tema…
¡Qué bonitos que fueron aquellos primeros tiempos en los que
los estudiantes tenían el placer de degustar la mermelada! Su sabor era
exquisito, una cucharada de la sustancia bastaba para llenar a mí ser de autorrealización.
La infraestructura de las centrales formadoras de
profesionales en el arte de hacer mermelada estaba en perfectas condiciones, y
los educadores sabían cómo hacer que sus alumnos aprendan las cantidades
necesarias de azúcar y frutas que había que colocar en la mezcla para obtener
un resultado viscoso y sabroso como la victoria.
El pueblo también estaba muy feliz, sus necesidades eran
satisfechas correctamente gracias al método mermeladístico. Cada vez que tenían
algún problema que no podía ser resuelto por ellos mismos, salían a la ciudad
en búsqueda de alguno de los nuevos profesionales; quienes ante las
dificultades surgidas en la vida mostraban una brillante solución.
Las voces del exterior halagaban la manera en la que
aprendían los jóvenes y adultos que eran introducidos en la industria de la
mermelada. Ellos ya habían probado el dulce néctar que brindaban los muchachos
con sus manos y mentes maestras; es por eso que adolescentes recién formados
por la educación inicial venían al país como abejas estúpidas hipnotizadas por
el néctar de la miel. Migraban para convertirse en parte del panal en donde la
abeja reina se preparaba para dominar.
Cuando terminaban de estudiar, si se les presentaba la
oportunidad de escapar a otras tierras en búsqueda de mejores condiciones de
vida o empleo; lo hacían. El país estaba orgulloso de los profesionales que
había formado y que seguiría formando. La arrogancia hizo que la humildad se
evaporara de la misma manera que las moléculas de H2O vuelan al alcanzar los
100°C. En el medio de la presunción, los ciudadanos entraron en duda…
¿Por qué nuestros
profesionales escapan una vez alcanzado el título? ¿El trabajo es el problema?
En ese momento, la parte del mecanismo productor de
mermeladas encargado de recolectar frutas para la futura trituración y
explotación necesaria para que éstas alcancen su máxima eficiencia; descubrió
que sus sueldos no cuadraban con sus expectativas, por lo cual decidieron
cortar con el circuito productivo mediante un paro. No volverían a ejecutar sus
tareas hasta que sus salarios aumentaran, querían llegar a fin de mes con un
extra que los dejara vivir además de pagar las deudas y trabajar todo el día
como esclavos. Recordaron que tenían derechos, es por eso que comenzaron a
protestar sin interesarse por las frutas que estaban siendo devoradas por las
diversas alimañas que circulaban por la zona. Al principio, las frutas no se
quejaban; les gustaba quedarse en donde estaban, creían que era mejor quedarse
estancado en el lugar que estaban sin hacer nada, antes que ser extirpadas de
sus orígenes para ser lanzadas al mundo real, una zona habitada por la
presentación de asuntos peores que las alimañas que vagaban por la tierra en la
que se hallaban.
El paro que comenzó un día, se convirtió en costumbre. Todos
los movimientos quedaban varados por un tiempo hasta que la presidenta y el
resto de los miembros que constituyen al Gobierno, decidían escuchar las voces
del reclamo de modo superficial para poder continuar con su brillante sistema
educativo de la mermelada. Los profesores en la materia de recolección quedaron
satisfechos al recibir su dinero, pero ya no estaban más interesados en su
profesión, solamente unos pocos seguían ejerciendo con el mismo vigor y la
misma paciencia que utilizaban cuando eran unos inexperimentados en su empleo.
Por otro lado, las frutas ya no demostraban interés en escuchar las palabras
que largaban sin ganas algunos profesores, y tampoco tenían ganas de oír las
melodías que largaban al explicar aquellos apasionados en la enseñanza. La
huerta comenzó a ser invadida por gusanos que conducían a la pudrición a los
futuros productores de mermelada. Algunos docentes observaban esto con
tristeza, otros solamente miraban de la misma manera que ojeaban su billetera
al llegar fin de mes. Cansados de la situación, decidieron hacer otra huelga.
Las frutas podridas festejaron, ahora podrían seguir consumiéndose por los
insectos que lentamente invadían su interior.
Esta vez, la presidenta no quiso dar el aumento
automáticamente; haberlo otorgado sin cavilar hubiera sido sinónimo de
debilidad, por lo cual decidió hacer oídos sordos al tema, mientras continuaba
ocupado en el proyecto “X” y en la
producción de la mermelada. Cierto día, los profesores pertenecientes al sector
industrial de la mermelada, notaron que no habían frutas para continuar con el
proceso, por lo cual se reunieron con la presidenta, quién pensaba que de
ninguna manera se podía paralizar la producción; ya que esta era una de las actividades
mejor realizadas del país. Detener el proceso, hubiera representado una
catástrofe; ya que la falta de la maravillosa mermelada, habría convertido al
país en turbio, los ciudadanos siempre adulaban al generador de dulzor, su
eliminación o empeoramiento estructural habría producido que sus miradas tomen
otro rumbo; por lo cual, notarían los otros inconvenientes que estaba
atravesando el país. Es por ello que
decidió bajar la exigencias que se ejecutaban sobre las frutas, de manera que
aquellas que todavía no se hallaban en condiciones para formar a ser otra cosa
más de lo que eran; fueron mandadas hacia las centrales mermeladísticas, donde
fueron utilizadas para producir mermelada. Algunas de las frutas podridas
también sufrieron el mismo destino, al mismo tiempo que los paros continuaban y
se hacían cada vez con más frecuencia, pero eso no importaba; ahora las cosas
eran más fáciles, millones de oportunidades eran brindadas para que el
recorrido no culminara.
¡Que inteligente nuestra abeja reina! La mermelada continuó
generándose, pero ya no era la misma, era una jalea dura y desagradable; que no
podía ser olida sin arrugar la nariz y fruncir la boca en señal de asco. Los
profesionales dejaron de ser como eran, ya no sabía cómo hacer para que sus
productos sean buenos; tampoco estaban preocupados en ser eficientes, ya nadie
quiere hallar una mermelada real, los ciudadanos ahora se conforman con
consumir una confitura agría e insulsa, generada por frutas que aún no son
conscientes de que son frutas y de que al serlo pueden realizar cosas hermosas,
en vez de esperar que los gusanos acaben con sus vidas.