sábado, 20 de agosto de 2016

Como me aburre tanta palabrita. El muchacho salió una vez con una chica bastante linda. Quería pasarla bien. Un poco de sexo, tal vez. Pero no andaba buscando a una mujer que al ver los agujeros de sus pantalones, se ponga a coser.  –No quiero conocer a su madre, señora Gisel. No es que no la quiera, ni un poco a usted.- Pero la madre de la chica en cama estaba, esperando que alguien encendiera la luz de su recámara.  Y Gisel, con cara de preocupada, ponía sus ojos como un borrego muerto, cada vez que le apretaba demasiado ese corset. Es que la chica cuando se angustiaba, respiraba tan fuerte, que a su vientre hacía crecer. No cualquiera puede ponerse en la piel de Gisel. -…Pero… Por favor ven a mi casa, ¿no ves a mis lágrimas caer? Es que mi madre anda tan blanca y tiesa, y ya no sé cómo hacerla creer…-. Con la cabeza apoyada en la mano, el muchacho creía mantener, la compostura de un hombre atento, que era capaz de entender. Aunque no sabía qué era lo que la vieja debía creer. -Si de creer se trata, le regalaré una estampita a esta mujer-. Gisel, Giselita. Yo no puedo ponerme a su merced. Ágil de mente andaba el hombrecito, armándo un vericueto, un especie de tiro que le permitiese correr. Mi padre anda un poco enfermo querida Gisel. Y a Gisel los labios se le ondularon, y el corazón se le inundó de una tristeza imposible de sostener. Pero me hubieras dicho antes, ha tu padre debo conocer. Y ahora era el muchacho el que andaba con la piel blanca papel. Gisel, Giselita, yo no me estoy sintiendo muy bien. Oh! Pobrecito, necesita muchos mimos usted, un paño húmedo en la frente, y que me encargué de su padre, tanto como de usted. Cada vez más pálido, no sabía donde se iba a meter. –Pero su pobre, pobre madre, anda necesitándola también… No sea injusta con quien la ha visto nacer…- Y a Gisel se le ablandó el alma entera, aquel hombre no dejaba de sorprender. Como se preocupaba por su madre, era con él que se debía comprometer. Pero primero lo primero. –No hay de qué preocuparse,  yo me iré a vivir a su chalet, y llevaré a mi vieja madre, para poder cuidar a los tres-.

martes, 24 de mayo de 2016

Se puede volver roja la comida, sin necesidad de andar perdiendo sangre sobre el plato. Basta con sacar el labial de la cartera, y con mancharse con el todo el labio. Después lo demás viene solo. Mordisquear un poco el pescado, dejar el chocolate sobre la lengua hasta que desaparezca... O tragar cada migaja del mantel, cada pedacito de pan caído en el suelo hasta sentirse con el estomago bien lleno. Luego es necesario parar para observar. El cuerpo bien pipon puede quedarse sentado haciendo la digestión, mientras deja a sus ojos recorrer de la casa cada rincón. Alguna pintita colorada ha de quedar, la marca de un beso sobre el tenedor o en el vidrio del vaso. O sobre los mismos dedos, en caso de haber sentido el placer de comer pollo con las manos. A continuación la sonrisa. Hasta aquí el asunto muy sencillo. Sonrisa roja por el encuentro con la mancha roja. La cosa se vuelve mas difícil cuando el cuerpo no se cruza con lo que busca. La mirada limitada por la posición, el abdomen haciendo presión sobre el corazón... Pero nada se sabe de lo que se ha hecho en el comedor, si la servilleta blanca sigue estando blanca, si la mesa no necesita que se le pase un repasador. Entonces se mira al reloj. Ya ha pasado la hora de meterse en la boca la ración. No. Debe de haber un error. La boca roja murmura. Las tripas gruñen un poco. El reloj se habrá quedado sin pilas, este hocico aun no ha probado porción. Se debe repetir la operación, hasta bien rojo quede el tason. Empachado, pero no satisfecho, el cuerpo se levanta para vaciar el frasco de la heladera entero. Terrón por terrón. Todo va para adentro. ¿Pero que es esto? No. No puede ser que no haya mancha roja. El cuerpo saturado sobre la silla se queja. La mano lo golpea. La boca roja lo reta. Ve a tu cuarto. El cuerpo es muy obediente, entonces va y se acuesta. Pero no logra dormirse. La boca ha callado, pero las tripas siguen molestándolo. Entonces de vuelta a la cocina, al acecho de otro terrón. No han quedado mas. Como puede ser, se pregunta el cuerpo. Miran los ojos al reloj. Como puede ser, le pregunta el cuerpo. Anda mal. La boca le dice no, que se valla a dormir, que las tripas cierren su pico y que la cabeza haga un apagón. El cuerpo hace caso, pero en un instante, por accidente empieza la rebelión. Nada de sabanas desordenadas, el cuerpo reniega de la boca entre paredes blancas y junto el tason de los restos. Las tripas lloran un poco, no son amigas de semejante disociación. Se puede volver roja la comida.