martes, 24 de mayo de 2016

Se puede volver roja la comida, sin necesidad de andar perdiendo sangre sobre el plato. Basta con sacar el labial de la cartera, y con mancharse con el todo el labio. Después lo demás viene solo. Mordisquear un poco el pescado, dejar el chocolate sobre la lengua hasta que desaparezca... O tragar cada migaja del mantel, cada pedacito de pan caído en el suelo hasta sentirse con el estomago bien lleno. Luego es necesario parar para observar. El cuerpo bien pipon puede quedarse sentado haciendo la digestión, mientras deja a sus ojos recorrer de la casa cada rincón. Alguna pintita colorada ha de quedar, la marca de un beso sobre el tenedor o en el vidrio del vaso. O sobre los mismos dedos, en caso de haber sentido el placer de comer pollo con las manos. A continuación la sonrisa. Hasta aquí el asunto muy sencillo. Sonrisa roja por el encuentro con la mancha roja. La cosa se vuelve mas difícil cuando el cuerpo no se cruza con lo que busca. La mirada limitada por la posición, el abdomen haciendo presión sobre el corazón... Pero nada se sabe de lo que se ha hecho en el comedor, si la servilleta blanca sigue estando blanca, si la mesa no necesita que se le pase un repasador. Entonces se mira al reloj. Ya ha pasado la hora de meterse en la boca la ración. No. Debe de haber un error. La boca roja murmura. Las tripas gruñen un poco. El reloj se habrá quedado sin pilas, este hocico aun no ha probado porción. Se debe repetir la operación, hasta bien rojo quede el tason. Empachado, pero no satisfecho, el cuerpo se levanta para vaciar el frasco de la heladera entero. Terrón por terrón. Todo va para adentro. ¿Pero que es esto? No. No puede ser que no haya mancha roja. El cuerpo saturado sobre la silla se queja. La mano lo golpea. La boca roja lo reta. Ve a tu cuarto. El cuerpo es muy obediente, entonces va y se acuesta. Pero no logra dormirse. La boca ha callado, pero las tripas siguen molestándolo. Entonces de vuelta a la cocina, al acecho de otro terrón. No han quedado mas. Como puede ser, se pregunta el cuerpo. Miran los ojos al reloj. Como puede ser, le pregunta el cuerpo. Anda mal. La boca le dice no, que se valla a dormir, que las tripas cierren su pico y que la cabeza haga un apagón. El cuerpo hace caso, pero en un instante, por accidente empieza la rebelión. Nada de sabanas desordenadas, el cuerpo reniega de la boca entre paredes blancas y junto el tason de los restos. Las tripas lloran un poco, no son amigas de semejante disociación. Se puede volver roja la comida.

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