domingo, 28 de diciembre de 2014

Nacida en cemento,
tu pecho has quemado
sobre el asfalto hirviendo,
en un desnudo sangriento;
donde los pájaros plebeyos
canturreaban con macabras ganas
la insistencia del deceso.
Criada en desiertos,
ardiente aún late tu garganta
alimentada con desechos.
Agua y pan no alcanzan,
para poner de pie
a este cuerpo harapiento.
No soples más viento,
deja en paz a ese ombligo yermo,
ya demasiado tiene
con el deshidratado matadero.
Retornas y olvidas al resto
porque tu ocho quieto está
cuando tus días yacen cruentos.
Adolesce el viejo,
al insistir con lo eterno,
un tanto vértigo de vida,
otro tanto muerte de orgía.
Tirado de los pelos,
arrancado de las páginas
de los temblores con precio,
la arruga cuenta
entre mareadas calles
de célebres cuerpos de cal
y adoquines aptos para desnucar.
Olfateado con recelo,
Orinado por mamertos babeantes en su celo,
la pureza del joven,
descansa sobre la promiscuidad
de otro joven que lo sueña.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Pensé en los dos, y pensé en Dios.
Pero después también pensé,
pensé en vos con cualquier otro Sol.
Pensé en los restos pisoteados y yo,
pensé en aquel viejo Dios malogrado.
Pensé en otro Dios luego de vos.
Pensé en el amor como único Dios.
Pensé en la sangre aterrizando sobre el hoy,
por un mañana acompañado de otro vos.
Pensé y sólo pensé.
Pensé que no existía presente,
entonces simplemente lo olvidé.


domingo, 14 de diciembre de 2014

Cuerpo concebido por escisión
Juntar las partes es un horror
Deja que se adhiera como quiera,
es víctima de una eterna canción.
Sigue girando el disco sin posición,
su estribillo ocupa más que montón.
Duran más de lo esperado,
las letras en la vajilla bordó.



sábado, 25 de octubre de 2014

Escaparse del mundo de cuencas azules,
ir lejos de la tierra ciega que mira.
Conozco tu pasado, sé que ayer no veías.
Te equivocas, ojos nunca ha mendigado,
esta masa asqueada por tu paso.
Suéltame el brazo, seré imprudente
como tú, cuando sin motivo nos castigas.
En vano hablas a la omnipotencia que te dio la vida;
arrodíllate a mi merced querida hija mía.
Cierra el pico, sé que en tu ausencia se respira.
Toma el aire que quieras, veamos si eso basta
para que puedas seguir con la cabeza erguida.

lunes, 20 de octubre de 2014


 

  El señor Méndez, originario de la Isla Martini –conocida vulgarmente como “Margarita”-, quería conocer su rostro antes de morir. Tarea para nada sencilla, sabiendo que la Constitución de este pedacito de Argentina perdido en el mar, prohíbe cabalmente el conocimiento del propio físico por medio de instrumentos artificiales. La contemplación de uno mismo sólo es legal cuando está llevada a cabo por los propios ojos, la intervención de terceros elementos, -ya sea cámara fotográfica, espejos, cucharas de acero en dónde se aprecian brumas humanas, aguas con una transparencia reflejable, inocentes ojos de niño con atisbos de personas en su fondo, vidrios etéreos- es considerada como una actividad clandestina. El artículo número diecisiete castiga al quebrantador de dicha Ley con la muerte, y no con cualquier muerte, sino una que deja a la eternidad del recuerdo una huella humillante. Hasta el día de hoy, nadie se atrevió a circular en sentido contrario a las normas; pero hoy es otro día, y a Méndez ya le pesa el paso del tiempo. Su muerte puede ocurrir en cualquier momento, cumple cincuenta y seis años desde que vino al mundo, aquí, en la Isla Martini.

  A la hora del almuerzo, vino su familia a visitarlo. Mercedes, su hija más grande, trajo a los niños, para que alegraran a su abuelo de la depresión de la vejez que viene, pero no se va. Facundo y Mía, los gemelos, saltaban alrededor de Méndez, tirándole las orejas, chocándose entre sí, llevándose puestas las sillas y las paredes. La infancia en terreno Margarita era agobiadora, el nacimiento de una criatura, era la preparación de un nuevo antifaz sin agujeros, para que nadie pudiera apreciarse en la vivaz mirada de los niños. Con los años, la amargura de la vida enmaraña cada parte del chiquillo, hasta adueñarse de los ojos como Madreselva. Llegado el día, ven por primera vez al mundo.

  Muchas parejas tuvieron hijos para conocerse a sí mismos, he visto embarazadas tejiendo mascarillas para su primogénito con ademanes pérfidos, acompañadas por maridos que sólo las soportaban debido a la imposibilidad de llevar un crío en su vientre y de parir en soledad. Se equivocaron al creer que nadie descubriría sus intenciones, la justicia se encarga de repartir muertes entre risas y dejar a niños huérfanos en estos casos.

  Facundo y Mía estaban acariciando al perro (era un gato, pero ellos siempre creyeron que era un perro), con sus piernitas amoreteadas al Sol, cuando Mercedes trajo la torta de cumpleaños con las velas del cinco y el seis. Tres deseos, Méndez pidió solo uno. Mientras soplaba las llamas, se preguntaba de qué sirve la aprobación de su familia, cuándo no podía conocerse a sí mismo.

  Y ahí fue el momento en el que su cabeza se volcó hacia el bando enemigo del gobierno. Echo a su familia de su casa, excusándose con un dolor de cabeza. Esa noche, Méndez, no asistió a la rutina de la Isla, y fue en busca de su rostro.

  La vida nocturna en Margarita, era muy agitada y alegre. Los ciudadanos se reunían en el patio Central, junto a las palmeras y los viñedos, y al calor de la euforia de la unión, hacían vino.

  Cuando Méndez salió de su casa, la ceremonia estaba por comenzar, hombres con saco y zapatos pulidos con betún –con el lustre justo, para evitar centelleos de narices, pómulos, ojos o bocas en la negritud del calzado- , mujeres con vestidos espumosos olorosas a Heno de Pravia, y acicalados niños con los ojos tapados, caminaban con prisa por el camino que dirigía al centro. Para pasar desapercibido, sacó el traje del armario y se lo puso. Era su preferido: esmoquin y chaleco azul, con moñito haciendo juego. Antes de irse, volvió a repetir las mismas acciones que había ejecutado hace cuarenta y cuatro años atrás, cuando había cumplido doce años y fue liberado del tapa ojos. La emoción de ese entonces, sólo podía superarse si veía su rostro. Al dormirse sus padres en la siesta de las tres, revolvió cada utensilio de la cocina para encontrar un plato, una olla, algo en lo que pudiera verse reflejado. Se largó a llorar frente a los cuchillos y las sartenes negras. No existía manera de verse, los vidrios estaban polarizados, el mar estaba enfermo de una opacidad  desconocida para la Pachamama.

  Esa noche, probó el vino. No falto a ninguna de las ceremonias nocturnas desde ese entonces. A excepción de esta noche, la noche que es necesario documentar.

  Méndez decidió ir a visitar al pintor de Martini, Víctor Rodríguez, el mejor retratador de los vastos kilómetros de tierra que lo rodeaban. Víctor pintaba por gusto, coloreaba amaneceres en las paredes, dibujaba la ceremonia vinícola, las uvas bajo los pies siendo aplastadas por todos, el vino saltando de mano en mano, los niños llorando por no encontrar a sus padres, tirados borrachos en la orilla del mar. Era un artista nato, pero no realizado completamente. En sus obras faltaban las personas, los rostros, los niños, sólo dibujaba a los paisajes desnudos de quienes le daban vida a las damajuanas que explayaba en sus telas a modo de fantasmas flotando en el centro.

  Méndez fue a visitar al pintor Rodríguez al anochecer, en la semana mantuvo la boca cerrada para que nadie se enterara. Esquivando rostros conocidos que lo pudieran cuestionar, -no había planificado una respuesta antes los “¿Hacia dónde va Don Méndez? ¡El camino es para allá hombre!”- marchó rectamente hacia su rumbo. Quería lograr su misión, cueste lo que cueste.

  Así es como se dirigió al Monte Champagna, dónde vivía su salvador, Víctor. Encaminado hacia el destino, era pura sonrisas, que placer más grande el previo al cumplimiento de los sueños, cuanta alegría lo invadía al imaginar su rostro en otro sitio que no fuera su propio rostro. ¡Lo iba a ver! Se iba a conocer, todo cambiaría desde ese entonces, sus dudas existenciales, su manera de encarar la vida, nada sería igual. Sería feliz, las autoridades no se enterarían del intruso conocedor de sí mismo, lo dejarían ser, creyendo que es uno más levantando su copa de vino para brindar por las noches alegres, y las mañanas de resaca que se saltean al dormir hasta la hora de la merienda.

  Entre ensoñaciones prometedoras y cánticos tangueros, Méndez serpenteaba los árboles del recorrido. “Salió a contramano, mi amigo, al nacer. Por eso que todo le sale al revés.” Sus entonaciones lo hacían reír, era la primera vez que sentía alegre sin el vino. El Cielo parecía haber confabulado a su favor, las posibilidades estaban a sus pies, el viento jugueteaba con la incipiente calvicie, una mano le daba golpecitos en la espalda. Estuvo a punto de derrumbarse al sentir los insistentes deditos que punzaban su saco. Empalideció como papel de manteca al descubrir a Marta detrás.

  “¡Dón Nicolá! ¡Qué hace usté en esta zona tan desagradable!” La señora de los arrugados párpados celestes giraba sobre sí misma mientras le hablaba a Méndez. Tenía el rouge acumulado en las comisuras de los labios, su cabeza le daba vueltas, al hablar exhalaba un aliento con el olor dulzón y rancio de los viñedos de Margarita. Méndez se despreocupó al darse cuenta de que Marta no recordaría ese episodio al amanecer, se sintió un poco desgraciado también. ¡Cuántas noches risueñas y vacías había en la Isla! ¡Qué alegres y ficticias eran las charlas en la medianoche!

  Dejo a Marta sentada en un cordón de tierra, y siguió su camino. Marta vomitó detrás de un árbol al notar que “Dón Nicolá” se había marchado.

 Víctor Rodríguez lo esperaba en el primer piso de su departamento. Era un pintor esnob, enamorado de cada pintura que hacía, encantado con su descuidado y sucio cuartucho repleto de trastos sucios y jarras de vino. Acepto la idea de Méndez en un periquete, no le importaba que lo descubrieran en la ilegalidad, tenía la estúpida idea de ganar reconocimiento al morir. Se veía a sí mismo como un subversivo, peleando contra la mano dura de la Isla Margarita, se regocijaba ante su imagen de mártir.

  Méndez le exigió discreción, poco le importaba el afán del joven por expirar, pero si se preocupaba por sí mismo, él aún no quería morir. Víctor acepto, creyendo que tarde o temprano descubrirían la pintura, colocando su apellido a la altura del nombre de un prócer.

  Bajo la macilenta iluminación, el señor Méndez visualizó un espacio vacío entre el insoportable descontrol. Su anfitrión había corrido unos cuadros y un jogging mugriento hacia un lado, para que su modelo pudiera ponerse cómodo. Lo invito a tomar asiento. No había sillas, el único lugar disponible era la ventana.

  Al sentarse en el alféizar, Méndez empezó a tener miedo. Nunca estuvo tan nervioso en su vida, las manos le vibraban como si tuviera que extirpar su propio corazón con un Tramontina, sin saber siquiera que los corazones que dibujan los enamorados no son reales. Agarro un habano de su bolsillo para detener esos temblores absurdos. No sirvió, siguió moviéndose como loco ante los gritos de Víctor que pedían quietud.

  “No es sencillo pintarte viejo, si te movés así, no podremos hacerlo” Méndez realmente deseaba continuar con la operación, pero no podía cesar sus actos compulsivos, sudaba como un cerdo, convulsionaba como si fuera que habría sido sometido a una mala praxis. Los pájaros canturreaban dándole la bienvenida al día. Se agotaba el tiempo, y la pintura recién comenzaba. Víctor enfurecía ante la repulsión que le generaba su arte, no le agradaba. ¿Pero cómo le iba a gustar si Méndez no se quedaba quieto? El pintor Rodríguez  copió a Méndez y se puso a fumar un cigarrillo de marihuana. Necesitaba tranquilizarse, ya era tarde, su frente bordeaba las venas encimadas en sus ojos. Esbozó unas líneas con su pincel, las rectas parecían curvas. Estrelló el pincel. Revolvió un cajoncito del mueble que estaba a su derecha y sacó una diminuta arma. “La puta madre, viejo. Este no era el trato.” Disparo seco.

  Víctor le acomodó las ropas a Méndez, quien estaba quietecito como si fuera una estatua de mármol. Limpió la mancha de sangre de su camisa con un trapo humedecido en saliva, lo sentó en una simpática posición, y le colocó el habano entre sus rígidos dedos de muerto. Siguió pintando feliz. “Ahora sí que está quedando bien viejo, eh.”

 El señor Méndez no conoció su rostro antes de morir.

 

 

sábado, 11 de octubre de 2014

Versos de mierda.


Rejunte de acá y allá
_____________________________________

-I-
Cedido el asiento reservado,
a la mujer de las piernas sin pies.
¿A dónde irá esa figura inerte?
No lo sabe,
pero cree estar yendo
en pos de la muerte.
¿Dónde está la nodriza de este paquete?

-II-
Con el calzado lleno de piedras,
se mantiene en pie la mujer sin piernas.
A su lado
una niña llora,
sentada sobre su equipaje.
Al otro lado de la calle
una niña ríe,
al hacerse madre.

-III-

Noche pintada de estrías,
tu no eres tinieblas,
eres día.
Negra bóveda reventona,
no te extiendas,
quédate dormida.

viernes, 10 de octubre de 2014


Piel de arcilla en enero,

pies inclinados en invierno.

Cuajos de carne sufriendo,

ante el ideal de ser un manjar espléndido.

Raciocinio desequilibrado por el cuerpo,

labios delineados con esmero,

dejadez a causa de un juicio enfermo.

Billetes intercambiados por espejos,

reflejos destruidos por dinero.

Yogures light y gimnasios llenos,

chachareo absurdo mientras se baja de peso.

Lista de compras para alegrar al cuerpo.

Incansable el silbido del teléfono.

Filas de una hora para pagar los impuestos,

ocho horas diarias, estas corto de sueldo.

Mujeres con aceite de avión en sus pechos,

hombres con extensiones en su sexo.

Niñas de reallities con traumas de obesos,

niños castigados por tomar muñecas en un juego.

Jóvenes con barba que creen ser insurrectos,

por agarrar una guitarra y decir esto.

Dos mil catorce años,

suicidios y Ebola esparciendo muertos.

Fin de la adolescente en manos del portero,

un público escatológico pide periodistas certeros.

Medios amarillistas le dan su merecido al pueblo,

mientras la farándula se asoma por un extremo,

para darle de comer al que no esté de acuerdo.

Sangre seguida por censos para ver quién es el mas apuesto.

Ficticios los límites, si la muerte no se acaricia con los dedos.

Cremas para detener este momento.

viernes, 18 de julio de 2014

  Los médicos me hacen preguntas que no sé responder. Pretender saber cómo sucedió sin poder clavarme en el lapso de lo que cuento, es absurdo. Suben el puente de los anteojos sobre la montaña de sus narices -sí, todos usan anteojos, todos tienen narices, es horrible- esperando alguna respuesta. Mientras, me sacudo, agarro el aire con las manos, lo suelto, le hago tajos. Siguen sin entender, respirando el aire cortado, lastimado. En unísono sangra el aire, y los tartamudeos que largo junto con la explicación de mi sintomatología. Ignoran que respiran coágulos, ignoran el desangramiento de mis palabras, cada vez más largas, cada vez más densas y estiradas. Si no tienen prisa, las perderán.
 Se deforman al decirlas, se hacen interminables.
 Separo en sílabas sin finalizar con la entonación de alguno de los componentes de la sílaba. Hago mal las escisiones, agrego guiones ortográficos para corregirme. Veo claramente cada palabra, cada sílaba. Corto las mayúsculas, todas las letras son mayúsculas; debo hacer la separación bien, sílaba por sílaba, agrupando letras, de a dos, de a tres, usando una regla que familiariza a ciertas consonantes y aleja a algunas vocales, cortando las sílabas con guiones, arriba de los renglones. No entiendo porque hago esto, justificar lo que tengo me da náuseas, ganas de llorar por las vocales, o por las consonantes. Soy una mayúscula en terreno de las minúsculas. Los médicos minúsculas me auscultan. Algo anda mal, lo veo en sus ojos; muy juntos, muy preocupados. Me exigen la explicación, una vez más. Vuelvo a separar en sílabas, me encariño con la a. Las a se vuelven incontables, son música de ascensor para nosotros. Finalmente nos acostumbramos.
 Nos acostumbramos al zumbido de los tubos de luz como a las tortuosas y cotidianas a. Las minúsculas lo hicieron primero, son sencillas, amigas de lo sencillo; guardan en un cajón los casos de mayúsculas. Ya se extinguirán, piensan.
 La herida larga momentos a borbotones, me clavo las uñas contra las arrugas de mis manos, ensanchando el surco de la línea de la vida. No dejaré que todo se pierda tan fácilmente. Intenté explicárselos con dibujos, cuando pierdo las palabras necesarias para que me entiendan, dibujo. Pero esta vez, no pude. Esa vez, aquellas veces. No puedo dibujar con una muñeca desnuda de coyuntura, las imágenes existen en tiempo y espacio, al igual que esta hoja, mi hoja para mi bosquejo, una hoja con la que no pude hallarme. Perdí la noción del tiempo desde que me empezó a suceder. Imposible fechar los acontecimientos. No sé si quiera que día es hoy. Un día a la tarde, o a la mañana, de eso estoy seguro. Debo sujetar las evidencias, apretarlas con la fuerza suficiente para penetrarme la piel. Aún se distinguir el Sol de la Luna. Si no fuera por eso, estaría fuera del espacio. De noche no es. Apostaría cualquier cosa, para comprobar que tengo certezas, algo me queda todavía. Los médicos tienen que enterarse de esto. No sé por cuanto tiempo mas tendré seguridades, no sé porque quiero saber el tiempo que me queda de lucidez. De nada sirve saber los días, cuando no se sabe que días corrieron y que días dejaron de pasar.
Carmen, mi querida Carmen. Espero que no hayas cumplido años en estos días, antes de la crisis castañeante, te había hecho una promesa, una promesa desconocida para vos, pero tan familiar para mí. Me repetí por noches enteras los planes que tenía para con vos, no quería olvidarlos. La mala memoria de siempre, la enfermedad, y los médicos despiadados; que no saben escuchar... Arruinaron todo, y yo colaboré en la destrucción. Es tan frágil todo, mi vida se desarma como un castillo construido con cartas españolas; se desinfla como lo hacía el bizcochuelo que preparaba mama, cada vez que la paciencia nos vencía y abríamos el horno a las apuradas. Mamá se daba cuenta de lo que hacíamos Carmen, mamá siempre supo que estábamos locos de remate, pero su vida no le bastó para imaginar a su pequeño niño blandiéndose contra la insensatez de los días. Nos veía como héroes, trazadores de un porvenir brillante, cuando lo único que centellea en mi mañana, es la ausencia de mañana; la esquina de esta habitación de locos, inundada por los mocos con que tapizo el piso cuando me pegan con la cuchara de madera. Me pegan Carmen, odian escucharme llorar en las noches, me arrodillo suplicándoles un tiempo para descargarme, pero que sé yo de tiempo; ni del tiempo del clima soy capaz de hablar. Las tortugas que sostienen al mundo, se asolean en verano. Es plano, mi mundo es plano. Puedo ver las estrellas porque no son estrellas, son brotes alérgicos a la catarsis que hace el mundo cuando se alimenta con las miserias. Puedo ver al Sol y a la Luna, porque el Sol y la Luna se mueven en mi mundo. Mi espacio siempre es el mismo, va de izquierda a derecha, hacia arriba y para abajo, pero nunca gira, nunca pasa el tiempo. Yo tengo frío, mucho frío en este hielo dorado en el que vivo. Sé que es de noche cuando lloro, de día no se me salta ni una lágrima de los ojos. Hago fuerza para que no se salgan de su lugar, necesito saber si está oscuro afuera o no, para entender cuando salga fuera, porque sé que en algún momento lo haré. Es mi manera de entender, procuro llorar sólo de noche para acunar a mi última verdad.
No me dejan salir del hospital, los Domingos -si supieras como juegan con mi desconcierto Carmen- me dan permiso para salir al Jardín, pero yo no sé que día cae Domingo, ni recuerdo el nombre de los demás días de la llamada semana.  El Domingo pasado fue Domingo porque ellos quisieron que sea Domingo. También fue Domingo para mí. He de rebautizar los días, amoldándolos a sus criterios, no quiero volverme loco; no loco para mí, al menos.
Me llevaron arrastrando al Jardín, intenté frenarlos, explicarles que no tenía puesto mi traje de Domingo, pero como justificarme, cuando había olvidado los días, cuando estaba bajo sus reglas. A las minúsculas no le gustan las mayúsculas, las hacen sentirse inferiores, sin elegancia. Me quisieron convertir en una minúscula. Lo supe desde siempre, desde el momento en el que me dí cuenta de que no somos todos iguales, y a las minúsculas no les gustan las diferencias. A las mayúsculas tampoco nos agradan, pero las disimulamos, nos quedamos calladitos porque somos menos. Esperamos el momento para atacar, la subidas de tono de voz que permiten la entrada de mayúsculas.
Carmen, no pude escapar. Empecé a recordar tu cumpleaños, y la crisis castañeante. Me extravío en cada castañeo con parada en nuestra vida.
¿Qué haces sin tu traje de Domingo? No podes estar vivo un Domingo, si no vistes como los Domingos.
Restaron un día en mi vida, lo tomaron como un día dormido, un día muerto, un día apto para pasear por cornisas sin peligro. Realmente ignoraba que era Domingo, si lo habría sabido, me habría puesto mi traje de Domingos, sin saberlo, sin entender de donde vienen los trajes de Domingo.
Ahí fue cuando me desnudaron. Me expusieron al Sol, contando con un cronometro el tiempo que faltaba para convertirme en una naranja. En la vida te toman de locos los locos. Yo tan cuerdo, tan saludable, tan castañeante... Y esos rufianes, divirtiéndose conmigo, porque sé que me tomaron por juguete; mas que por loco. Ni los locos merecen este trato, ni los muertos Carmen. Ellos no merecen castañear.
 De nuevo las mismas enfermeras que me ataron, con sus dientes de oro, preguntándome por el tiempo, por el origen de mis temblores. Sabía que era Domingo, ahora tenía tiempo, pero no podía encontrar la hoja, Carmen. Sin la hoja no soy nada, no puedo explicar, no puedo nada. Si podría ser capaz de hacer alguna acción, gestos, muecas, lo que fuera...
Los médicos sólo ven cabezas, para ellos no existen los cuerpos. Cabezas flotando los Domingos por el Jardín, cabezas lagrimeando en los rincones de los cuartos en las noches, cabezas para repiquetear con las chucharas de madera, cabezas que deben cazar antes de que se conviertan en cuerpos, antes de que piensen que nunca fueron cabezas. Algunas cabezas piensan que siempre fueron cuerpos, gelatinas de carne; esas cabezas ya están perdidas, las asesinan.
Somos peces en el Jardín, yo y los otros enfermos. Incluso vos Carmen, vos también sos un pez; un pez muerto; un pescado. Te pescaron antes que a mí por mi culpa. Te mandé al frente.
Me empezaron a amurallar poco a poco, los lunes, los días que sean, los días como se llamen. Tenía que salir, por vos Carmen, tan pequeña y tan de mi sangre, tenía que salvarte, pero terminé soltándote para rescatarme. Creyendo que sin mí no vivirías, preferí verte morir antes de suicidarme (porque dejarse matar, apolillarse en el rincón de los mocos, es un modo de fallecer a mano propia, evadiendo culpas.)
Correr es para los que tienen cuerpo. Nado en mis coágulos, manchones rojos en las plantas del Jardín. Quisiera ser un agua viva, para picar, para molestarlos. Médicos cazadores, enfermeras camufladas entre los árboles. Se les agita el corazón al tenerme cerca, les vibra la mano al intentar atraparme entre sus redes.
Caigo pesadamente, no puedo escapar de nada, sabiendo nada de mí. Mi cabeza yerta en el pasto, envuelta con una redecilla de metal, casco de esgrima antiguo muriéndose como si tendría vida en el mundo plano en el que habito. Carmen, quiero devolverte la vida; soplarte aire en la boca, inflarte hasta que crezcas, hasta que llegues a cumplir años, antes de la crisis castañeante.
Los peces siguen en el aire, agarro el aire, lo suelto. Soplo un poco para alejarlos. Peces, cabezas, pescados, muertos. El cirujano sentado sobre un árbol pone la carnada a su anzuelo. Espera pescar un Dorado. Yo espero a los tiburones, pacientemente, no vivo en el tiempo.  Me pongo a contar los peces que pasan, los cuento en letras, clasificándolos en mayúsculas y minúsculas, ya no hay mayúsculas. Me agradan las minúsculas ahora, me disgusta el sonido de las orejas al desplazarse; suena como un interruptor de luz en la oscuridad, como una gotera a mitad de la noche, como una media luna de uña rascando a otra media luna. Ahora entiendo, estoy castañeando como un zapato con taco caminando en cerámicas. Mis dientes mastican aire, mastican sangre, mastican a los peces gordos del jardín, mastican las manos de las enfermeras; para masticar mas sangre, más y más enfermedad, más pecas de Cielo.
 Tengo la nariz agujereada. Me la hicieron mal. Les pedí que me la hagan lisa, sin relieves, sin entradas ni salidas. Me desagradan las ventanas de mi cuerpo, las puertas también; aunque les tengo un poco más de simpatía. Es más sencillo echar algo grande por una abertura que comparta su tamaño, o lo duplique, que querer sacar los mismo por un agujero pequeño, casi invisible; probablemente inexistente. Fue fácil escupirte Carmen.
 Se cierran rápido, los que tienen el tamaño de la uña del dedo meñique; tardan dos segundos en desaparecer. Los cirujanos me preguntaron por qué me quejaba entonces. Ya se esfumaran los agujeros de tu nariz, no te quejes. No entienden. Les mandé un trabajo sobre mi cuerpo, para que lo hagan bien, no para que fallen como imbéciles. Estaban haciendo la residencia, se disculparon. Le podemos cocer la nariz señor, si así usted lo desea. Imbéciles. Se cierra sola, no es necesario. Ya me salió la cascarita, no debería arrancármela. Lo voy a hacer igual, estoy cansado de los no debería dentro de un terreno baldío. Tengo una multitud de cirujanos jovencitos en rededor, no se ven porque están escondidos. Detrás de los espejos que simulan paredes, sobre el techo, entre los dientes de oro que tiene la enfermera que me trae la comida; creo que también están metidos en la sopa. Ayer sabía raro. O estaban los residentes en el caldo, o le faltaba sal. Me confío más en la primera teoría, las segundas cosas que digo las invento; cuando puedo, pierdo la cuenta a veces, se complica el cumplimiento de las propias reglas. Hay que ser muy estricto para ser fiel a uno mismo. Yo no lo soy, por eso estoy acá, rodeada de residentes, curiosos mediquillos que apenas saben quien fue Pasteur. Saben tomar la presión, eso sí. Fundamental seguir el comportamiento de la presión. No valla a ser que uno esté hablando, contando lo que le pasa y de repente, PLOP. Explosión, como un globo. Un globo pinchado, con agujeros; siseando por el aire hasta quedarse sin aire, por culpa de los residentes. Están esperando algo, quieren que pase algo malo, cuanto más malo mejor; necesitan aprender, y si no pasa nada horrible, con mucha sangre, órganos dispersos por toda la habitación, o infecciones, no aprenderán. Por eso permanezco acá, por los residentes. Sigo las comidas religiosamente para que entren a mi cuerpo, sonrío en los espejos una o dos veces al día, para que puedan verme. A alguna conclusión llegarán, y la anotarán en sus libretas, si es que no se quedan dormidos, si es que no son masticados por la crisis castañeante. Carmen, te extraño tanto Carmen.

domingo, 6 de julio de 2014


Con papel aluminio, me hago un anillo.
Revuelvo la cocina, rastreando algún motivo.
Así tiene más sentido llorar.
Nos casamos en Abril, pero en Diciembre ya habíamos perdido el matiz.
No está muy lejos del sepia el color Gris.
Nuestra Luna de Miel no fue en Roma, tampoco en París.
Los besos vivían en el momento sólo cuando había un poco de Hachís.
El futuro ya estaba instalado, por más que estuviera desdibujado.
La rigidez del destino, era por la perdida de lo amado.
No tenía fondo el sombrero Bombin,
no tenía monedas el sombrero cuadriculado.
En una repisa Bakunin,
se empolva como muñeco abandonado.





 

jueves, 19 de junio de 2014

Llora en la mano el pulgar,
corre la mina del lápiz con su lagrimal.
Impotente no puede evitar explotar,
muy lejos de su amado está.

Se estira con fuerza el dedo anular,
sin lograr acercarse a su meta final.
Los labios no llegan a besar,
al dedo, que en el otro lado de la muñeca;
                                                             está.









domingo, 8 de junio de 2014

Sábana roja sacudiéndose en la soga donde la mucama tiende la ropa. Broches coloridos sostienen las manos petrificadas por las llamas de fuego que, de un día para el otro, se apagaron. El Sol está desapareciendo, pero sigue estando en dónde está, no se mueve, no podemos quedarnos quietos, dejame dormir una hora más; no me zarandees más, quiero seguir con las orejas cálidas por el aliento que impregnaste en mi almohada. La señora madrugó al igual que las gallinas, el gallo nunca deja de cantar, tendremos que cortarle las cuerdas vocales o convertirlo en guiso. Fue mala idea irnos al campo, no me agradan los ojos enremolinados de los árboles; quiero seguir durmiendo, dejame descansar. Las cortinas se abren por el viento, sospecho que los árboles quieren que los vea, pero no, es la mucama que ha terminado de tender la ropa y me ha traído la bata. Sus manos rociadas con agua apestosa de lavanda me acaricia la frente y me estira el entrecejo. No hay motivo para enfurecerse, la pasión enmascarada está a la vista, a fuera, junto con los manteles blanqueados con lavandina. No puedo sentir lástima de una silueta desdibujada por el trabajo forzado, sus macizas piernas son más fuertes que mi débil situación. No repetiré cosas que ya sabes, alcanzame la bata, no te quiero traer recuerdos con mi inexpresiva desnudez. La seda me da náuseas, vestirse como un noble estando cubierto de una capa de desechos. ¿Cómo seguirá sacudiendo el polvo de los muebles? Están limpios, veo mi reflejo en ellos; la habría matado para que la sangre estalle sobre ellos y no me permita ver a este hombre esmirriado por la insesatez de un baño de Luna. Frota la mesa de roble con la misma ferocidad que utilizaría para darme vuelta la cara. ¿Para que querrá golpearme? Sólo pienso en asesinarla, pero luego me desvanezco por amarla; hasta que me distraigo en la buhardilla con el suave vaivén de unas jovenes caderas. Dame de desayunar, necesito deshacerme del sabor de tu aliento de pan duro. Los escondites que se abren debajo de tus arrugas me hacen sentirme más joven, como me gusta absorver los restos de tu juventud. Aspiro todo lo que entre en mis pulmones, llename el estómago antes de que me invada la cruda sensación de que estoy más allá de lo cocinado o recalentado. Los cotilleos del living me distraen de mi cavilación, agradezco a esas voces conocidas que me salvan cuando la culpa de matarte me cierra la garganta. Recupero el aire rodeado de adolescentes sonrientes, pero al mismo tiempo me disipo entre los dientes de porcelana que de las encías me cuelgan. No pertenezco, no te pertenezco; pero vos sos mía, alcanzame las pantuflas, no valla a ser que me resfríe. Cuanto vigor parece existir en tu cuerpo cuando acaricio los lunares de tus papilas; que feliz pareces cuando no estoy enviciandote con mi petrificante mirada diurna. Soy cuando veo los rayos del Sol haciendo iones en la pared con el retrato de mi esposa, soy cuando se despide dándome un beso tibio en la frente, soy cuando estoy dando vueltas en el colchón hundido por su pesado cuerpo, soy cuando te conduzco a escondidas hasta las sábanas rojas que arrugamos con cada tirón de perdición, soy cuando remato el error observandote con reproche. ¿Cómo se atreverá a hacerle esto a mi señora? Mi vieja y marchita señora, ignorante de todo demonio tejido en mis facciones caídas por las ochenta y cinco primaveras pasadas. Cuantos inviernos y otoños tienen aquellas treinta primaveras, lanzadas a los residuos de los servicios. Cantarías libertad si no estarías atada con las amenazas de la realidad. Quien te habrá metido la boba idea de que afuera es peor, no vas a conseguir nada querida, quedate a mi lado; mantenete a pie con las oscuras caricias de un anciano solitario, un hombre que al tenerlo todo olvidó que era tenerlo todo. Otro saludo que me hace volver en mí, mi achacosa compañera ha llegado, mientras tanto, mira para otro lado, quedan muchas sábanas rojas perfumadas por tu sexo que lavar.
Durante nueve meses le creció el vientre a la mujer, no albergaba ningún ser en su interior, tampoco contenía objeto alguno, sin embargo la piel posterior a sus pechos no cesaba de extenderse hacia arriba, sus planicies fueron alcanzando mayor volumen hasta adquirir el tamaño de pequeñas montañas deseosas de continuar con su ensanchamiento, su interior era acolchado, a cualquier ser humano le habría encantado dormir allí dentro, pero las reglas son reglas, y no se permite alojar extraños en un cuerpo, para evitar confusiones a su madre le entregaron un cuerpo y al niño otro, ninguna relación de dependencia prenatal iba a alterar los cuestionamientos sociales, ya había demasiadas discusiones como para generar más revueltas en los surtidos organismos que deambulaban por el bosque. Nueve meses también fue el tiempo que tardó la criatura en formarse, ninguna subordinación la unía a las estaciones que pasaban al mismo paso de su desarrollo, un niño nacido en plena primavera solía ser idéntico a un niño desprendido en un frío invierno, la diferencia aparecía después, al comienzo todos surgían con iguales necesidades; lo que cambiaba los destinos era la satisfacción de ellas, el lugar de origen en los inicios no desordena los ideales de las bestias en potencia, sólo alteran la percepción de las madres, y de los padres que gritan desesperados junto con los expertos en medicina, como sufre la mujer al ver a su niño despegarse del árbol que con tanto amor sembró, la unión de los cuerpos en plena armonía pierde sentido con la agonía del parto, la felicidad se mezcla con la congoja del desgarro físico, de ahí surgen los borrosos límites que separan la alegría del suplicio, arranquen el árbol entero suelen pensar las hembras cuando levantan sus cabezas presintiendo el cuelgue de los niños, se balancean doscientos setenta días en las sanguinarias ramas débiles del arbusto plantado, las madres preparan el lecho de sus hijos con el mismo esmero que entregan las novias a su ajuar, ambas cosas las hacen por sí mismas, el amor puede surgir después, primero está el egoísmo, que al fin y al cabo es amor, hacia uno mismo, pero amor en fin; igual esto no es un asunto que nos incumba ahora. El bosque espeso encharcado de pulpa roja, los cuerpos de los niños se sujetan por medio de sus ombligos al árbol de la vida, una gran vara curva repleta de pliegues ensopados en líquido amniótico se ramifica en millones de cordones umbilicales con la misma apariencia de serpientes petrificadas por la vida que se aproxima pero aún es incierta, girasoles de carne humana que se arrodillan con sus pétalos atentos a la llegada de peces sembradores que los hombres entregan libremente; sin imaginar que una flor puede succionarlos hasta terminar vomitando una pelota de carne humana, una diminuta bolita que se adhiere a las infinitas ramas del árbol de finos pellejos, cuantas extremidades arbóreas quedan sin compañía, el puño cerrado se sujeta de la punta de una lambida bifurcación, amenaza con abrirse cada tanto; pero no lo hace, salvo raras excepciones en las que las manos se extienden para cortar el ramal y caer como lo haría una pluma en una piscina de jugo de remolacha; un lodo alimentado de frutas podridas aromatizadas con yogurt y tierra mojada, la jungla en la que mueren los puños es la misma en la que fallecen los cuerpos sin ajados por las vueltas que da la Tierra, todos terminan ahí tarde o temprano, algunos tienen la suerte o la desgracia de hacerlo antes de poder abrir sus bocas con los labios y las lenguas hacia atrás, la colectividad lo suele hacer cuando ya le pesan las mandíbulas por tener que sostener dentro de su cavidad bucal unos dientes que le son ajenos, pero que de todas maneras, no dejan de ser suyos, algunos dicen que si les habrían dado para elegir habrían optado por hundirse en el fango cuando eran una media Luna con dos círculos dentro de un gran círculo, otros están agradecidos de no haberse ahorcado con su cable a tierra en la época prenatal. Prenatal, postnatal, así es como medimos el día a día sin darnos cuenta. Premortal, postmortal, así es como perdemos los minutos sin darnos cuenta de que es lo mismo morir que nacer
Codiciaba el desgarro, la idea de su cuerpo partiéndose a la mitad por un traspié en la escalera;  la imagen borrosa del derrumbamiento de las puertas del Cielo infernal que acunaban al puño, sujeto a  las ramificaciones de su árbol; el choque de dos vientres danzando con una pared de hierro de por medio; su marido acercándose con las agujas de tejer de su abuela a su sexo;  un rayo disociador de cada órgano de su talle; el castañeo de cristales explotando frente a su rostro. Me pertenece lo que soy, cada pelo germinante de mi cuero cabelludo es mío, las media Lunas blancas que se extienden en mis uñas están bajo mi dominio, el lunar que me enmarca el omoplato derecho también lo está. Empiezo en la fusión de las gametos paternas, aparezco en cada sillón que queda hundido por mi propio peso, soy consciente de mi existencia con los vidrios que empaño con mi aliento, me inició en cada pestañeo; creo narcisistas mundos imperceptibles con las pestañas separadas, materializo el subconsciente en películas sin repetición ni pausa, veo puntos blancos con el haz de luz que divisa en mi ventana, me acerco y desaparecen, reflexiono, pienso y caigo con los “Toc, toc, toc” que me despabilan cuando sueño, quiero que las suspensiones me quiten el dolor interno; un calvario similar al que sufren las almas en el purgatorio, pero no tan etéreo me escupe el abdomen; no sé si empezaré ahí, comer no me hace ser la comida, pero sin bocado no tengo vida. No puedo compartir con migo misma, pero puedo dar a los demás si lo deseo; mi cuerpo me está quitando más de lo que necesito, sin embargo no soy yo. Los puños que me golpean me exigen una manutención que no estoy dispuesta a brindar, no voy a regalar lo que tanto trabajo me costó, pero ya lo estoy haciendo, por más que deje de comer las palmas se abren con rabia para devorarme el calcio de los huesos, me están llevando a ser lo que no soy, una enferma escuálida que lucha en nombre del desgarro. Caí una vez bajo los embrujos de la ternura socialmente integrada, pero no lo haré nuevamente, dicen que la tercera vez es la vencida; no me interesa, no tengo tanto tiempo como para derrochar mis energías en una vida que no es la mía, ni es la que yo quiero. El reloj sigue repiqueteando en redondeles, si no me apuro la aguja hará del pasar de los días una rueda de bicicleta en movimiento, finos hierros indistinguibles por la velocidad de los pies en los pedales, este es el momento para hacer que toda esta pesadilla me deje de atormentar, si espero dos meses más me atascaré en la cadena de mi vehículo y reemplazaré el aceite de este por sangre, si no lo hago dentro de cinco meses me encontraré con las piernas abiertas en una fría superficie que no tendrá importancia, la dilatación va a ser más fuerte que yo; no podré dominarlo, el me dominará a mí, en todo caso, ambos terminemos como dos peces salidos del agua, sacudiéndonos por una electricidad imaginaria, las hormigas se meterán en nuestros cuerpos y nos comerán tan rápidamente como cuando nosotros las reventamos en el suelo.

La bóveda rosada ya no tenía estrellas; sólo abismales pliegues que la mujer quería arrancar con sus propios dientes, con tal de desarraigarse de la carga pesada que inclinaba los tallos de su cuerpo hacia una muerte sin caída en la tumba. Una vida sin cuidados en la misma, sólo atenciones sobre aquella mancha que disolvía la claridad de su condición. Hilachas de músculos destrozados hacían mecer al fruto, había abierto las compuertas de su Cielo, la oscuridad resultó ser más protectora que la luz de una lámpara con finalidad destructora; la mujer abrió su boca y bebió petróleo con gran devoción, el vahído la hacía pensar que sus planes estaban yendo por buen puerto, habría devuelto toda la negra espesura, pero si lo hacía corría el peligro de que no llegase a destino, sus tripas habrían aparecido esparcidas por la mesa, incluso su corazón se habría resbalado por las baldosas como babosas bendecidas con sal, tanto sufrimiento para que el pingüino continuará nadando dentro de su placenta, el petróleo no lo matará, sólo hará que su medio ambiente se intoxique y se comience a contaminar con la cólera.
Ave inservible que nada en vez de volar, padezco tus picotazos en la carne que me cubre de los males exteriores, para que la tendré si te tengo a vos girándome la razón, correr una hora bajo los efectos de una pócima preparada a base de veneno de cucarachas no funcionará, intentar el homicidio es casi igual a provocar el suicidio, por qué será así si no eres parte de mí, sé todo de vos, mucho más de lo que vos sabes sobre vos mismo, algún día te darás cuenta de que tus alas no están echa para volar, quien estará allí para sorberte las lágrimas, yo no quiero ser participante en esta tortura que llaman vida, no estoy apta para soportar con otra carga más que la mía, no me responsabilizaré por el desarrollo de futuras generaciones fallidas, porque así serán de ahora en adelante, pocos querrán trabajar para comprarles un salvavidas; nadie me dijo que para auto realizarme había que encaminar a un desconocido, un extraño que es un hermano gemelo, un especie de clon diferente físicamente y psicológicamente, pero idéntico en algo que no sabría reconocer, carne de mi carne, sos parte de mí, pero no puedo decir que sos mi cuerpo, dónde estará el activador de vida cuando se me escurren las ideas, trabajando, yendo a la fábrica durante todo el día para luego dormir en la noche, dándome la espalda como si no sabría que ya no me quiere más en su cama; llenándose la boca para esquivar sus travesías en la oficina de su jefe, por qué cerraré la boca cuando tendría que cascarme en gritos, hace lo que quieras, no te explicaré porque tengo los labios tan negros, ni porque los dientes se me comienzan a amarillear al compás de la pérdida de brillo de mis ojos, esto no es lo que quería, cargo kilos que me hacen tronchar la espalda, compenso el peso con una mochila de niño en la columna vertebral, súbete al espinazo de mami, caballito, caballito. ¡Ea! Que alegría reina en la casa, el niño espera con los juguetes en el suelo a su hermanito, la noticia no tendría que haber salido al aire, pero como mentir cuando la casa está revuelta porque la confusión le rompe los tímpanos, como disimular que su padre no quiere estar más con él porque su madre no es más la figura esbelta que lo hacía arder como brazas. Ya no me inclino más ante la fiebre de la carne, se me apaciguo la sed ante el lodo de la vida y la muerte, mi robustez no puede ser barrida por las olas del mar, ni si quiera la arena puede sellarme las fosas nasales con finos granos de un dorado trance.
Soy un equilibrista caminando por la cuerda floja, pero no soy un equilibrista, ni tampoco estoy caminando sobre la cuerda floja, pero me siento como si lo fuera, porque tengo algo de equilibrista, y también estoy parado en algo parecido a una cuerda floja, la única diferencia que hay es que no puedo mantenerme parado con los brazos paralelos al suelo, ni tampoco estoy sobre una larga soga de un centímetro de espesor, estoy moviéndome, poco a poco, dando pasos inseguros con el pecho apoyado sobre mi cuerda, esa cuerda que flota en el aire, una cuerda de chapa ancha por la que no puedo mantenerme erguido, porque siento que voy a trastabillar. No quiero caer, pero tampoco quiero estar pensando todo el tiempo con la caída, porque eso es mucho peor que tocar el suelo cuando estas flotando, el miedo de los cobardes que no avanzan porque creen ser sabelotodo en el horizonte de la gravedad, un horizonte vertical a la dirección que siguen los pájaros al irse al Sur, que harán cuando llueva, que haré cuando llueva. Buscaría un árbol en el que pueda esconderme, o taparme de la lluvia, pero ya estoy sobre uno de ellos, y si se largara ahora, sé que me empaparía igual, porque no sé dónde se forman las gotas, estoy encima de una chapa que me pega la remera a la piel, me siento más oscuro, tengo el pelo más oscuro, y vaya a saber qué otra cosa más se habrá tornado más sombría con la irritante llovizna que me repiquetea sobre la nariz. Me resbalo, me arrastra la lluvia, pero sin embargo sigo, mojándome y enojándome alcanzo la puerta que se deshace por las miles de vueltas dadas en su cerrojo. Abierto, totalmente abierto pero no entro, busco a alguien que me invite a pasar, quizás sea un especie de Drácula moderno que precise de una invitación formal para meterse dentro, o puede ser que sea un cobarde, el mismo cobarde de siempre que le tiene miedo a las tormentas vecinas. Veo un ojo ajeno, dentro de la cerradura, me mira y llora, quiero consolarlo, pero no encuentro la llave, y nadie responde al golpear de mis manos con la madera. Me pongo a su altura y lo observo, un ojo ajeno delante de otro ojo ajeno, dos ojos ajenos que no vienen del mismo sitio, debe ser un ojo ajeno extranjero o un ojo ajeno amigo, es lo mismo, no deja de ser un ojo ajeno, casi tanto como mi ojo, pero más ajeno aún. Se me cae una rama arriba de la cabeza, no hay nada sobre mi cabeza, pero hay una rama al lado de mis pies, tiene atada una llave, una llavecita con forma de pañuelo descartable, me sueno la nariz y luego limpio al ojo ajeno, se abre la puerta, el ojo sigue siendo ajeno, mi ojo reconoce lo que veo, al fin, algo que no es ajeno. Veo una mesa, agua turbia hasta mis rodillas, retratos de delfines muertos en la pared de ladrillos sin pintar. Alguien que llame a un albañil, esto es un desastre. Recuerdo que estoy sobre el aire, porque hay agua en el aire, ah, cierto, estaba lloviendo. Esto no es agua de lluvia, esta no es una mesa de madera, esos no son delfines reales. El ojo sigue siendo ajeno.
Camino, ya no tengo miedo, estoy lejos de todo lo propio, indefenso a muchos pies de altura, a pocos pasos de distancia del Mar del Plata lunar. El ojo sigue siendo ajeno.
Hay una media sobre la mesa, la uso de vaso, tengo sed y no puedo hacer un hueco con mis manos para beber porque están sucias, mugrientas como cerdo tras haber sido duchado y cepillado, con esa roña característica de vieja sin arrugas. Bebo de un agua que no es mía, pero a quien le importa que no sea mía cuando mis pies están sacudiendo sus dedos en ella. Sabe a vino, huele a jazmínes con algodón; ese olorcito que tienen impregnado en la piel los niños que todavía no dieron su primer beso, esos corredores  de vueltas alrededor de la mesa, rápidos como últimos días de vida. Veloces como yo trotando en este momento, me siguen, me soplan en la nuca y no me dan ni si quiera la hora para ubicarme temporalmente. Hay que apurare si no quiero caerme sobre la tumba de los laureles que algún día me coronaron. Hoy me rodea la cabeza un aro con tomates, rojos y verdes, todo tipo de tomates me tapan el pelo naranja y todo lo que sigue, ya saben esas cosas que hay después. No huelen a niños, ni a pañales, tienen aroma de estancamiento, textura de gloria ajena, ajena como el ojo ajeno, sonido de v cortas brindando con champagna; pero no ahora, no, de eso ni hablar, porque ahora estoy corriendo. Lo otro fue ayer, el día en el que lloré porque el agua bendita me humedeció la nariz.
Me quejo, no voy a correr más, me cansé, no estoy preparado para esto, así como ese quejido verde no está listo para salir. Que me siga quien quiera, todavía hay lugar en la habitación de las miserias. Que mi asesino me espose a la reja de la ventana, aún no puedo salir. Oye, miren fuera de la ventana, ese fantasma color espinaca, a él es a quien buscaba.
Lo declaro culpable de todas mis camisetas mojadas en las noches de Julio.
No sé porque será, pero cada vez que te veo me dan ganas de agarrarte de la mano y llevarte al lugar menos indicado para estar con vos, quiero que conozcas ese lugar al que te negabas a venir por miedo a lo que pudiera llegar a pasar. No tengas miedo, quiero que veas que se siente estar solo un momento conmigo, atrapados en mi sitio favorito, sin escapatoria. Donde nadie escuche tus gritos, donde podamos saltar como si nos estuviéramos hamacando en el columpio del deseo,  hacia el cielo y hacia el suelo, con una dirección inalcanzable que nunca tocaríamos, porque no existe. Ahí es donde quiero llevarte, por más que no me sigas, te voy a llevar, y cuando te pregunté por dónde estuviste ayer, espero que me contestes con la verdad. Decime que tarareamos el sonido del verano durante toda la noche, recítame las palabras que te canté, sóplame al oído para hacerme recordar que todo lo que hicimos en la esquina que nunca quisiste pisar fue algo real.  La adrenalina se está escapando por tu nariz, la puedo ver, vos la podes sentir, como un ovillo de hilo de seda deslizándose por tu mejilla. Ahí está, en el reflejo se ve, pero está del otro lado, entonces no sabría decirte si en verdad está ahí; pero ese gusto avinagrado con una pizca de sal que tiene tu sonrisa, te delata. Te caíste, pero no podes saber dónde fue, porque fue en mi lugar, aquel paraíso que abrí sin llave para vos, haciendo trampa con todas las leyes aplicables en el campo en el que sembraste la semilla del árbol al que subí el otro día. La planta esa que crece cada vez que agarras la máquina para agujerear y dejas un poso en mi seso. No esperemos a que sea la mañana, porque la noche ya no se diferencia más del día, somos libres, la ráfaga de un cielo sin nubes me está empujando a hacer eso que te dije que iba a hacer. No puedo esperar más,  hoy es el día, lo puedo ver  en las hojas violetas del árbol que caen cada vez que tiro de la soga que cuelga de la enorme bola cegadora que cuelga de tus ojos.  Amarilla como el queso, brillante como cola de sirena bajo una lupa. La cuerda ahora es un cabello negro, oscuro como el día cuando deja de ser día, se mezcla entre las tinieblas de la pérdida de la noción y el tiempo.  No pasa nada, a quien le interesa el cabello, miles de cosas me rodean, algo me hace cosquillas en la espalda; parecen hormigas caminando suavemente por mi espina dorsal, pero no lo es, es algo peludo,  una tirita diminuta que se me pega a la mano. Respiro demasiado fuerte, estoy feliz, tengo lo que quiero. La pasión de mi suspiro se traga mi alegría, me pica la garganta, me rasco y saco una soga. La intento colgar sobre la pupila dorada que se asoma entre las nubes del olvido, pero no puedo.  Me agacho para tomar impulso, intento alcanzar el lunar de tu cara, pero está lejos, demasiado lejos. Siento los brazos cortos y las piernas dormidas, mucha presión en mi cabeza me aplasta como el martillo al clavo. Cada vez  más abajo, quiero volver a ese lugar. Te dije que te iba a llevar, voy a hacerlo. Vos pone el temporizador, en menos de una vida te voy a pasar a buscar. Toma asiento, o no. No voy a tardar mucho, estoy mordisqueando a la jaula de ratas en la que estoy. Falta poco, límpiate la nariz, porque ese hilillo cálido ahora es solo una mancha marrón sin vida. Ya vamos a poder sentirnos como cuando tu diafragma jugaba en la plaza, al lado de las hamacas, entre el tobogán y la puerta de salida. Cambiaste la arena por la tierra, pero nada va a cambiar. Te lo prometo. La noche va a ser nuestra mejor amiga, la Luna va a ser nuestro Sol. No voy a guardarte esto que estoy respirando ahora, porque quien lo quiere, cuando te tengo a vos, lléname de tu aire inexistente, dame un soplo imaginario de ese viento que ya no respiras.
Te hizo cambiar los clavos de tus manos por diez insectos repugnantes que no encajan con tu pasado, te hizo creer que tus caderas estaban perforando la pasión que había entre los dos, te devolvió mórbidamente la infancia, te obligó a detenerte en la naturaleza; para que observarás las mariposas que te iban a nacer sin ningún sentido, te hizo mujer para que luego te degradarás a la condición de bestia suplicante, te sonrió para que aprendieras que mostrar los dientes no es sinónimo de felicidad, te arrancó los pétalos para que te pisotearan por no ser bella, te lanzó ácido en el cuerpo para que dejes de darle tanta importancia a la carne que a tu mente devoraba , te inyectó toda clase de vicios para que te perdieras en los dos meses que cada pastilla se llevaba, te devolvió tu lengua para que la mordieras de modo onírico cuando la rienda le aflojabas, te ahogó en palabras halagadoras para que luego las escucharás inundandole el ego a otra presa de los enamoramientos precoces, te picoteó el alma con suaves caricias de labios, te fundió a fuego lento para que doliera más cuando se te helara la sangre, te quiso convencer de la rareza de tu especie para que te apresaran tras las rejas del circo de la humillación, te hizo crecer para que te costará mas levantarte cuando te arrodillaras ante su templo, te incluyó en su vida para que conocieras lo que se sentía ser parte de una vida, te hizo feliz para que terminaras descubriendo que fue sólo un momento, te redondeó la clavícula porque sabía que odiabas los círculos por su falta de esquinas, te erizó la pelusa de la nuca para que percibieras el peligro que corrías al caminar con los ojos cerrados por la cima de los acantilados, te habló de viejos tiempos para que encendieras la alarma en tu corazón, te informó de las heridas que hizo al acuchillar antaño, te lo dijo de un modo rebuscado pero te lo dijo, te regaló un barrileta para que alcanzarás el ápice de la Luna, espero a que llegara el día para verte desprendida del satélite; hazandote con la claridad del alba.
Blanca no tiene fuerza,
se acostumbró a vivir echada.
Blanca quiere ser sombra,
para que la oscuridad no la deje espantada
Blanca ya no canta,
porque sabe que ya nada la salva.
Nudo marinero que ata,
a la criatura dentro de una lata.
Ponzoña de humo malva,
extravia a su mente abrumada,
sus respiros son una emboscada;
porque en el buche ya no cabe el alma.
Blanca está tumefacta,
porque su mano está espantada,
temerosa su boca por la nada,
que en su mundo es la única llama.
Blanca pidió que le arrancasen las uñas,
porque cenizas será su garganta;
cuando su clara mirada,
sea carcomida por las rosadas arañas.
El recorrido de sus largas caminatas,
tapó con tierra la ventana de la reina.
El palacio entró en caos por la nena,
novata en los asuntos de la pena.
Nueva firma para la sentencia,
de la pobre joven Blanca.
Observen como se deslizan,
las babosas en su demacrada cara
Para el otro lado se da cuerda,
a las agujas clavadas en su muñeca,
como hacer que circule la arena,
cuando ya no hay mas derecha.
Cuanta sangre siente que deambula,
demasiado rojo para una niña muda,
que no distingue entre la ternura,
y la amargura de una carne cruda
Sueño eterno para que se desvanezca,
ya no quiere ser parte de la izquierda,
aunque tampoco quiere ser su contraria,
sólo quiere ser una Blanca apagada.
Mi choclo se está desgranando,
por cada engendro que ando criando.
¿Por que tengo que hacerme cargo,
del desconocido polvo de un irremediable vago?
Mi bolsillo se está vaciando,
por cada billete que por educación pago.
¿Por que no desechan a los trastos?
¿No ven que están revolcados en fango?
Mi cervical se está partiendo,
estoy harto de levantarme temprano;
para poder ganar un sueldo,
que por los impuestos es devorado.
¿No ves que ya no puedes?
¿No ves que ya no debes?
Olvídate ya de tu nene,
el techo de chapa espacio no tiene.
No hay comida para alimentar,
de esto no te salva ni un plan social.
Entonces prepárate para abortar,
no me interesa que no sea legal.
Si lo tendría que hacer lo haría,
porque la ley dicta igualdad.
Diferiría sólo en que en una clínica me atenderían,
mientras vos en un charco te desangras.
Afortunado soy de tener un poco de dinero,
si debo malparir permanezco entero.
Vos podes morir, me importa un bledo,
porque yo oportunidades si tengo.
A la mierda la materna mortalidad,
sólo quiero encontrar mi comodidad,
si tengo menos impuestos que pagar,
tendré menos tiempo que trabajar.
No se olviden de la seguridad,
alguien de mí debe cuidar,
protéjanme de esos delincuentes,
que en mente nada tienen.
Sólo piensan en sacar lo que es mío,
es por eso que cuando veo a un policía, río,
yo no quiero educar, destruir es lo que anhelo,
porque no hay mas cura para estos enfermos.
Ando esperando la situación,
para acabar esto con un coscorrón;
si los maderos no me dan una solución,
no pararé hasta verlos largar fluido marrón.
No me vengan con que hay gente diferente,
están todos criados por el mismo Lucifer,
mano dura para estos demonios cobardes,
que no saben ni la tabla del diez.
Un librito no los va a hacer cambiar,
porque la crueldad siempre va del lado del mal.
Por el paco van a salir a afanar,
sin importar que la víctima sea su mama.
Reciben su merecido.
Quien engendra tiene la culpa,
algo habrán echo para romper con ellos su pulpa.
Cuanto mierda tendrían adentro, las muy putas.
¿No ven que son unos vagos?
Su putrefacción libera vaho.
Erradiquémoslos de antemano,
Por ellos subdesarrollados estamos.
¿Cómo quieren que no me valla de boca?
¿Vieron su tez color moka?
¿Qué hacen acá si no son de Argentina?
¡Cómo nos castiga esta Cristina!
Acá estamos la clase media,
luchando contra su demencia,
a Dios le pedimos clemencia.
Ojala que mate a toda la indigencia.

martes, 3 de junio de 2014

 Nos encontramos todos los días a las siete de la tarde, pero nunca voy a esa hora, porque sé que si salgo diez minutos antes voy a llegar cinco más tarde, y no me gusta hacer esperar. Si me esperan a las siete de la tarde, a las cinco ya estoy saliendo de mi casa. A las cuatro lustro los zapatos. A las tres y media me engomino el pelo. Media hora pasada de las cuatro de la tarde estoy a dos cuadras del punto de encuentro. Me pongo a silbar una canción para hacer más entretenida la espera, pero sigo con la sien en las siete de la tarde. Impuntuales, me sacan de quicio; ellos saben que van a llegar más tarde, pero insisten con una hora determinada. No tienen consideración, creen que uno tiene todo el tiempo del mundo para esperarlos. No hay nadie. Arranco una hojita de un árbol que tengo a la izquierda. Un sauce llorón. La desmenuzo como si fuera que estoy en una operación de extirpación. Despidete de tu hoja, llorón. Arrancó otra hoja. No tiene sentido. No habrán pasado ni dos minutos desde que estoy parado. Quedan muchas más hojas que arrancar, pero el tiempo seguirá estando trabado. Cuando lo vea venir, voy a dar la vuelta para volver a casa. Tiene que aprender que quien llega tarde, se encuentra en la misma condición que quien llega temprano, que sufra su impuntualidad así como yo tengo que aguantar los corolarios de la puntualidad. Podría haber ido a visitar a Pocha en este momento. Si vuelvo temprano lo voy a hacer, pasó mucho tiempo desde la última vez que la vi. Suele estar ocupada, a Pocha le gusta tejer, enmaraña las horas en una bufanda cuando se le apesadumbran las manos de tanto marcar mi número en el teléfono. O el número de su hija. Debe gastar una fortuna en teléfono, le gusta hablar, demasiado. Levanta el tubo para dejar correr la lengua por horas, hasta quedarse sin saliva, o sin palabras, lo que ocurra primero. La semana pasada desenchufé el teléfono. Olvidé avisarle. Necesitaba un descanso, unas vacaciones en medio de la vorágine del medio siglo pasado. Tomar té de tilo, ver televisión hasta tarde, levantarsé bostezando; estirando los brazos. Escuchar la radio mientras me quejo del clima. Que lo parió. Un pequeño recreo, bajar los niveles de ocupación aunque sea por una semana. Me habrá llamado, es seguro. Siempre lo hace. Rara vez la atiendo. Sabe que no me gusta el timbre de las llamadas, tiene que entender que no es en contra suyo, sino en ataque a las horas interrumpidas. Si se onfende, me importa un comino.  Pocha vive a dos cuadras. No toca timbre nunca, sólo llama, y algunas veces golpea la puerta con un puño nervioso. La reconozco, sé quien está a la puerta por sus golpeadas. Pocha no tiene paciencia, la finge, pero no la tiene. Si hay algo en que nos parecemos, es en eso. Le impacienta mi falta de paciencia. Por eso apago la televisión cuando golpea. No quiero que se entere de que estoy sentado en el sillón esperando a que sean las tres de la tarde, hora en la que me baño y lavo la dentadura. Me levanto a las seis de la mañana, me cuesta dormir, ni bien apoyo la cabeza en la almohada me levanto. Necesito saber la hora. No puedo dejar pasar el tiempo, a las siete de la tarde debo estar listo. Me esperan. Si Pocha toca timbre, lo hace a las dos de la tarde. Una vez le abrí la puerta, se quedo tres horas. Llegué tarde. Me hablo del clima, y del vecino. Dijo algo sobre una muerte, y luego me invito a tomar un mate cocido a su casa. Palabras más, palabras menos. No la pude escuchar bien, no tenía tiempo. Estaría cercana la hora, no podía tomar mate cocido, me tendría que haber lavado los dientes de vuelta de haberlo echo, y no tenía tiempo. Me esperaban, así como me estan esperando ahora. Me senté en un banco, un pájaro me cago un zapato. Si habría salido media hora después, no estaría buscando algún trozo de papel sucio para que brillen de vuelta. Debe estar por llegar, si no es que ya lo hizo. Olvido direcciones. La memoria ya no me funciona como antes. A la mañana, mientras desayuno, hago sopas de letras, para ejercitar las neuronas. Busco una o dos palabras, elijo las más complicadas para sentirme sagaz, si no las encuentro no me frustro, las cambio por otras, más fáciles, las que más rápido encuentre. Si no aparecen en la lista de palabras a encontrar la escribo justo debajo de la última. Así esta mejor, descubro palabras que no están. A veces destapo algunas que no fueron visualizadas aún en el Diccionario de la Real Academia Española. Descubrir nuevas cosas me hace sentirme joven. Ochenta y seis años. Cuarenta con cada palabra que encuentro. Me tocan la espalda. Es Pocha, lo sé, llama a la gente de la misma manera que llama a la puerta. Cierro los ojos e inclino el sombrero, no quiero verla, tengo cosas que hacer. Pocha no es ninguna tonta, es vieja, pero no tonta. Bromeo para disimular. No quiero que se de cuenta de que la estoy evitando, si supiera quien me espera, insistiría en quedarse. No le voy a contar, diré un par de chistes y alimentaré a las palomas. Sacuden el cuello cuando caminan. Todos marcha de manera natural. Agarro un pan duro del bolsillo de mi saco. Pocha se sienta al lado mío. Andate. No se lo digo. Andate. Saca maíz de la cartera, las palomas la rodean. Me dejan sólo. Siete de la tarde. Debe faltar poco. Tiene que irse, no puede verme con ella. Si me ve con ella pensará cualquier cosa. Me dirá que le mentí. ¡No! No pienses cualquier cosa, es solo Pocha, la vecina. Una vieja loca. Mis muertos siguen siendo de oro. Los tengo ahí. En la pared colgados como si fueran moscas aplastadas contra la pintura. Pocha no los ve, para ella son sus pares. Para mí es oro muerto. Pocha habla con ellos, se entienden, entonces la coloco en el mismo sitio que ellos. En la pared, sobre la repisa. Sigue tirando maíz a las palomas como si no habría pasado nada. Pobre Pocha, si supiera donde está no estaría malgastando su tiempo. La miro a los ojos para atisbar al miedo entrante. Nada. Ignorante, no se da cuenta aún. Pocha me habla, tu mamá te vino a buscar. Dice. Está muerta, no sé de que habla. Noventa años tengo, mamá tenía setenta y tres cuando murió. Muerte prematura, quemé su cuerpo y compré una hurna de oro. De cobre, en realidad. Pero dorada en fin, de oro para mí. A las siete de la tarde aparecerá, Pocha debe irse. Miro a la izquierda. Está nublado. El sauce llorón sigue llorando. Sigo parado en el mismo lugar. Debería haberme anotado la dirección en un papel, quizás no era acá donde habíamos quedado. Las palomas se comieron todo el pan. Gracias Pocha por cuidarlo. Mamá me alza y me lleva en brazos hasta casa. Arrastro mi teléfono de juguete, los números hacen luces de colores. Mordisqueo un poco el cable mientras pienso en Pocha. No la quiero ver más. Es vieja. Una vieja loca y aburrida. Lo mismo de siempre, miro el reloj y me doy cuenta de que aún no son las siete de la tarde. Debo salir quince minutos antes de mi casa. Seis y cuarenta y cinco, mañana saldré a esa hora, ahora esperaré, no puede tardar mucho más tiempo. Deben ser las seis y media. Pocha me voy, tengo que ir a trabajar. Cuida al nene. No me dejes de vuelta con Pocha. Me enojo con mamá, le muerdo la mano. No tengo dientes, alguien puso encías en su lugar. Me quejo, quiero quedarme sólo dije. Nuevas palabras de la sopa de letras, salen.