sábado, 12 de agosto de 2017

A falta de hacer el amor,
se mete en el sexo más guarro
y barato; del menú y su de-gustación.
Mientras la boca hace todo su trabajo,
las manos aprietan y acarician,
lo que en el congelador,
alguien dejó.
En el pecho algo desgarrado palpita,
siguiendo el ritmo con que se entre-corta
la respiración.
Con la luz apagada,
y encendida en la heladera el velador,
la columna se quiebra y se expande
para humedecer todo el interior.
Se va preparando en la penumbra el cuerpo,
para llegar al placer en su punto mayor,
donde no existe ningún lagrimón,
ya que en exceso, no queda lugar para el dolor
...ni para el amor.

sábado, 20 de agosto de 2016

Como me aburre tanta palabrita. El muchacho salió una vez con una chica bastante linda. Quería pasarla bien. Un poco de sexo, tal vez. Pero no andaba buscando a una mujer que al ver los agujeros de sus pantalones, se ponga a coser.  –No quiero conocer a su madre, señora Gisel. No es que no la quiera, ni un poco a usted.- Pero la madre de la chica en cama estaba, esperando que alguien encendiera la luz de su recámara.  Y Gisel, con cara de preocupada, ponía sus ojos como un borrego muerto, cada vez que le apretaba demasiado ese corset. Es que la chica cuando se angustiaba, respiraba tan fuerte, que a su vientre hacía crecer. No cualquiera puede ponerse en la piel de Gisel. -…Pero… Por favor ven a mi casa, ¿no ves a mis lágrimas caer? Es que mi madre anda tan blanca y tiesa, y ya no sé cómo hacerla creer…-. Con la cabeza apoyada en la mano, el muchacho creía mantener, la compostura de un hombre atento, que era capaz de entender. Aunque no sabía qué era lo que la vieja debía creer. -Si de creer se trata, le regalaré una estampita a esta mujer-. Gisel, Giselita. Yo no puedo ponerme a su merced. Ágil de mente andaba el hombrecito, armándo un vericueto, un especie de tiro que le permitiese correr. Mi padre anda un poco enfermo querida Gisel. Y a Gisel los labios se le ondularon, y el corazón se le inundó de una tristeza imposible de sostener. Pero me hubieras dicho antes, ha tu padre debo conocer. Y ahora era el muchacho el que andaba con la piel blanca papel. Gisel, Giselita, yo no me estoy sintiendo muy bien. Oh! Pobrecito, necesita muchos mimos usted, un paño húmedo en la frente, y que me encargué de su padre, tanto como de usted. Cada vez más pálido, no sabía donde se iba a meter. –Pero su pobre, pobre madre, anda necesitándola también… No sea injusta con quien la ha visto nacer…- Y a Gisel se le ablandó el alma entera, aquel hombre no dejaba de sorprender. Como se preocupaba por su madre, era con él que se debía comprometer. Pero primero lo primero. –No hay de qué preocuparse,  yo me iré a vivir a su chalet, y llevaré a mi vieja madre, para poder cuidar a los tres-.

martes, 24 de mayo de 2016

Se puede volver roja la comida, sin necesidad de andar perdiendo sangre sobre el plato. Basta con sacar el labial de la cartera, y con mancharse con el todo el labio. Después lo demás viene solo. Mordisquear un poco el pescado, dejar el chocolate sobre la lengua hasta que desaparezca... O tragar cada migaja del mantel, cada pedacito de pan caído en el suelo hasta sentirse con el estomago bien lleno. Luego es necesario parar para observar. El cuerpo bien pipon puede quedarse sentado haciendo la digestión, mientras deja a sus ojos recorrer de la casa cada rincón. Alguna pintita colorada ha de quedar, la marca de un beso sobre el tenedor o en el vidrio del vaso. O sobre los mismos dedos, en caso de haber sentido el placer de comer pollo con las manos. A continuación la sonrisa. Hasta aquí el asunto muy sencillo. Sonrisa roja por el encuentro con la mancha roja. La cosa se vuelve mas difícil cuando el cuerpo no se cruza con lo que busca. La mirada limitada por la posición, el abdomen haciendo presión sobre el corazón... Pero nada se sabe de lo que se ha hecho en el comedor, si la servilleta blanca sigue estando blanca, si la mesa no necesita que se le pase un repasador. Entonces se mira al reloj. Ya ha pasado la hora de meterse en la boca la ración. No. Debe de haber un error. La boca roja murmura. Las tripas gruñen un poco. El reloj se habrá quedado sin pilas, este hocico aun no ha probado porción. Se debe repetir la operación, hasta bien rojo quede el tason. Empachado, pero no satisfecho, el cuerpo se levanta para vaciar el frasco de la heladera entero. Terrón por terrón. Todo va para adentro. ¿Pero que es esto? No. No puede ser que no haya mancha roja. El cuerpo saturado sobre la silla se queja. La mano lo golpea. La boca roja lo reta. Ve a tu cuarto. El cuerpo es muy obediente, entonces va y se acuesta. Pero no logra dormirse. La boca ha callado, pero las tripas siguen molestándolo. Entonces de vuelta a la cocina, al acecho de otro terrón. No han quedado mas. Como puede ser, se pregunta el cuerpo. Miran los ojos al reloj. Como puede ser, le pregunta el cuerpo. Anda mal. La boca le dice no, que se valla a dormir, que las tripas cierren su pico y que la cabeza haga un apagón. El cuerpo hace caso, pero en un instante, por accidente empieza la rebelión. Nada de sabanas desordenadas, el cuerpo reniega de la boca entre paredes blancas y junto el tason de los restos. Las tripas lloran un poco, no son amigas de semejante disociación. Se puede volver roja la comida.

martes, 24 de marzo de 2015

En la pared de la cocina,
la marca quedó estancada.
Nadie más ha corrido el lugar de la liniecita.
No es que el fibrón se haya quedado sin tinta,
es que la niña de casa no ha crecido mas.
Al principio pensaron que estaba muerta,
pero los cuerpos del limbo;
ignoran la posibilidad de rabietas,
y no hacen berrinches al no llegar,
ni de puntillas, hasta la caja de galletas.
Los cadáveres desfilan sobre pasarelas,
no como esta pobre ingenua,
que se alegra con un par de moños de tela;
y un piloto hecho de papel celofán.
Beatriz, Beatricita, no has crecido mas...
Pero no importa, porque nosotros te querremos igual.
Es que nos gusta como te paseas,
con ese olor a crema para pelo y mazapán.
Es que siempre quisimos tener a un bebecito eterno,
para que sea nuestro y de nadie más.



martes, 17 de marzo de 2015

¿Y ahora qué?
¿Qué es lo que has hecho?
Hermanito, por qué.
Andabas bien derechito,
yendo por el buen camino,
llenándote la boca de tres
a cinco veces al día,
hasta incluso te mirabas;
te parabas frente al espejo,
sin tener que decir guarangadas,
sin transformar tu puntiaguda barbilla
en una grosera papada.
Estuviste a punto de verte,
a medio pelo y quinientos gramos
de por entero conocerte.
Lo arruinaste,
entre pastillas y colillas
coloreadas como tu piel,
apagadas como tu ser.
Te veías los bracitos,
los coloreabas para verlos.
Y ahora recuerdo.
No olvido a tus ojos morbosos,
Y por andar solo me quisiste,
porque me faltaban lustros para vivir,
porque creías recuperar algo de brillo,
frente a mi opacada cara,
de cenicienta mirada.
Por creer que me querías viniste,
creyendo que tener diecisiete basta,
para dar un poco de alma,
para amordazar a esa costumbre trastornada
de tomar té verde sin ganas,
y comer chicles a patadas.

sábado, 31 de enero de 2015

Dejé caer a la persiana,
los pestillos en la puerta coloqué,
no me he olvidado de la reja,
ni de colgar el teléfono bien.
Es que hay que cuidar las apariencias,
y barrer un poco la vereda tal vez.
Nadie debe saber de esta ausencia,
porque los fantasmas proliferan en café,
y gustan del negro,
para debajo de tus ojos crecer.
De día hacemos como si nada pasara,
y a veces creemos que nada
nada pasa;
entonces....
tragamos los platos,
como desayuno en foráneo cuerpo.
Después nos lavamos las manos,
y resistimos
la pata meter,
mientras en un piso nos acostamos,
sin saber por qué.
Puede estar el Sol o la Lluvia,
es lo mismo visto desde el parqué,
es que ahí abajo se ve todo frío,
y cuando hace calor
el cielo parece hecho de hiel.
La perra ya no quiere ni comer,
no te preocupes,
yo por ella lo haré.
Es que sé que está triste,
porque en sus ojos,
vi a un humano nacer.
Cachorra de mirada arrugada,
tu brillo no quiere mañana volver.
No te preocupes,
esta noche no pienso volver,
porque no iré a ningún lado,
sólo para a mi cabeza proteger.
¿Es que acaso no se han enterado,
de que la muerte no me deja correr?

domingo, 28 de diciembre de 2014

Nacida en cemento,
tu pecho has quemado
sobre el asfalto hirviendo,
en un desnudo sangriento;
donde los pájaros plebeyos
canturreaban con macabras ganas
la insistencia del deceso.
Criada en desiertos,
ardiente aún late tu garganta
alimentada con desechos.
Agua y pan no alcanzan,
para poner de pie
a este cuerpo harapiento.
No soples más viento,
deja en paz a ese ombligo yermo,
ya demasiado tiene
con el deshidratado matadero.
Retornas y olvidas al resto
porque tu ocho quieto está
cuando tus días yacen cruentos.
Adolesce el viejo,
al insistir con lo eterno,
un tanto vértigo de vida,
otro tanto muerte de orgía.
Tirado de los pelos,
arrancado de las páginas
de los temblores con precio,
la arruga cuenta
entre mareadas calles
de célebres cuerpos de cal
y adoquines aptos para desnucar.
Olfateado con recelo,
Orinado por mamertos babeantes en su celo,
la pureza del joven,
descansa sobre la promiscuidad
de otro joven que lo sueña.