domingo, 8 de junio de 2014

Durante nueve meses le creció el vientre a la mujer, no albergaba ningún ser en su interior, tampoco contenía objeto alguno, sin embargo la piel posterior a sus pechos no cesaba de extenderse hacia arriba, sus planicies fueron alcanzando mayor volumen hasta adquirir el tamaño de pequeñas montañas deseosas de continuar con su ensanchamiento, su interior era acolchado, a cualquier ser humano le habría encantado dormir allí dentro, pero las reglas son reglas, y no se permite alojar extraños en un cuerpo, para evitar confusiones a su madre le entregaron un cuerpo y al niño otro, ninguna relación de dependencia prenatal iba a alterar los cuestionamientos sociales, ya había demasiadas discusiones como para generar más revueltas en los surtidos organismos que deambulaban por el bosque. Nueve meses también fue el tiempo que tardó la criatura en formarse, ninguna subordinación la unía a las estaciones que pasaban al mismo paso de su desarrollo, un niño nacido en plena primavera solía ser idéntico a un niño desprendido en un frío invierno, la diferencia aparecía después, al comienzo todos surgían con iguales necesidades; lo que cambiaba los destinos era la satisfacción de ellas, el lugar de origen en los inicios no desordena los ideales de las bestias en potencia, sólo alteran la percepción de las madres, y de los padres que gritan desesperados junto con los expertos en medicina, como sufre la mujer al ver a su niño despegarse del árbol que con tanto amor sembró, la unión de los cuerpos en plena armonía pierde sentido con la agonía del parto, la felicidad se mezcla con la congoja del desgarro físico, de ahí surgen los borrosos límites que separan la alegría del suplicio, arranquen el árbol entero suelen pensar las hembras cuando levantan sus cabezas presintiendo el cuelgue de los niños, se balancean doscientos setenta días en las sanguinarias ramas débiles del arbusto plantado, las madres preparan el lecho de sus hijos con el mismo esmero que entregan las novias a su ajuar, ambas cosas las hacen por sí mismas, el amor puede surgir después, primero está el egoísmo, que al fin y al cabo es amor, hacia uno mismo, pero amor en fin; igual esto no es un asunto que nos incumba ahora. El bosque espeso encharcado de pulpa roja, los cuerpos de los niños se sujetan por medio de sus ombligos al árbol de la vida, una gran vara curva repleta de pliegues ensopados en líquido amniótico se ramifica en millones de cordones umbilicales con la misma apariencia de serpientes petrificadas por la vida que se aproxima pero aún es incierta, girasoles de carne humana que se arrodillan con sus pétalos atentos a la llegada de peces sembradores que los hombres entregan libremente; sin imaginar que una flor puede succionarlos hasta terminar vomitando una pelota de carne humana, una diminuta bolita que se adhiere a las infinitas ramas del árbol de finos pellejos, cuantas extremidades arbóreas quedan sin compañía, el puño cerrado se sujeta de la punta de una lambida bifurcación, amenaza con abrirse cada tanto; pero no lo hace, salvo raras excepciones en las que las manos se extienden para cortar el ramal y caer como lo haría una pluma en una piscina de jugo de remolacha; un lodo alimentado de frutas podridas aromatizadas con yogurt y tierra mojada, la jungla en la que mueren los puños es la misma en la que fallecen los cuerpos sin ajados por las vueltas que da la Tierra, todos terminan ahí tarde o temprano, algunos tienen la suerte o la desgracia de hacerlo antes de poder abrir sus bocas con los labios y las lenguas hacia atrás, la colectividad lo suele hacer cuando ya le pesan las mandíbulas por tener que sostener dentro de su cavidad bucal unos dientes que le son ajenos, pero que de todas maneras, no dejan de ser suyos, algunos dicen que si les habrían dado para elegir habrían optado por hundirse en el fango cuando eran una media Luna con dos círculos dentro de un gran círculo, otros están agradecidos de no haberse ahorcado con su cable a tierra en la época prenatal. Prenatal, postnatal, así es como medimos el día a día sin darnos cuenta. Premortal, postmortal, así es como perdemos los minutos sin darnos cuenta de que es lo mismo morir que nacer

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