domingo, 8 de junio de 2014

Soy un equilibrista caminando por la cuerda floja, pero no soy un equilibrista, ni tampoco estoy caminando sobre la cuerda floja, pero me siento como si lo fuera, porque tengo algo de equilibrista, y también estoy parado en algo parecido a una cuerda floja, la única diferencia que hay es que no puedo mantenerme parado con los brazos paralelos al suelo, ni tampoco estoy sobre una larga soga de un centímetro de espesor, estoy moviéndome, poco a poco, dando pasos inseguros con el pecho apoyado sobre mi cuerda, esa cuerda que flota en el aire, una cuerda de chapa ancha por la que no puedo mantenerme erguido, porque siento que voy a trastabillar. No quiero caer, pero tampoco quiero estar pensando todo el tiempo con la caída, porque eso es mucho peor que tocar el suelo cuando estas flotando, el miedo de los cobardes que no avanzan porque creen ser sabelotodo en el horizonte de la gravedad, un horizonte vertical a la dirección que siguen los pájaros al irse al Sur, que harán cuando llueva, que haré cuando llueva. Buscaría un árbol en el que pueda esconderme, o taparme de la lluvia, pero ya estoy sobre uno de ellos, y si se largara ahora, sé que me empaparía igual, porque no sé dónde se forman las gotas, estoy encima de una chapa que me pega la remera a la piel, me siento más oscuro, tengo el pelo más oscuro, y vaya a saber qué otra cosa más se habrá tornado más sombría con la irritante llovizna que me repiquetea sobre la nariz. Me resbalo, me arrastra la lluvia, pero sin embargo sigo, mojándome y enojándome alcanzo la puerta que se deshace por las miles de vueltas dadas en su cerrojo. Abierto, totalmente abierto pero no entro, busco a alguien que me invite a pasar, quizás sea un especie de Drácula moderno que precise de una invitación formal para meterse dentro, o puede ser que sea un cobarde, el mismo cobarde de siempre que le tiene miedo a las tormentas vecinas. Veo un ojo ajeno, dentro de la cerradura, me mira y llora, quiero consolarlo, pero no encuentro la llave, y nadie responde al golpear de mis manos con la madera. Me pongo a su altura y lo observo, un ojo ajeno delante de otro ojo ajeno, dos ojos ajenos que no vienen del mismo sitio, debe ser un ojo ajeno extranjero o un ojo ajeno amigo, es lo mismo, no deja de ser un ojo ajeno, casi tanto como mi ojo, pero más ajeno aún. Se me cae una rama arriba de la cabeza, no hay nada sobre mi cabeza, pero hay una rama al lado de mis pies, tiene atada una llave, una llavecita con forma de pañuelo descartable, me sueno la nariz y luego limpio al ojo ajeno, se abre la puerta, el ojo sigue siendo ajeno, mi ojo reconoce lo que veo, al fin, algo que no es ajeno. Veo una mesa, agua turbia hasta mis rodillas, retratos de delfines muertos en la pared de ladrillos sin pintar. Alguien que llame a un albañil, esto es un desastre. Recuerdo que estoy sobre el aire, porque hay agua en el aire, ah, cierto, estaba lloviendo. Esto no es agua de lluvia, esta no es una mesa de madera, esos no son delfines reales. El ojo sigue siendo ajeno.
Camino, ya no tengo miedo, estoy lejos de todo lo propio, indefenso a muchos pies de altura, a pocos pasos de distancia del Mar del Plata lunar. El ojo sigue siendo ajeno.
Hay una media sobre la mesa, la uso de vaso, tengo sed y no puedo hacer un hueco con mis manos para beber porque están sucias, mugrientas como cerdo tras haber sido duchado y cepillado, con esa roña característica de vieja sin arrugas. Bebo de un agua que no es mía, pero a quien le importa que no sea mía cuando mis pies están sacudiendo sus dedos en ella. Sabe a vino, huele a jazmínes con algodón; ese olorcito que tienen impregnado en la piel los niños que todavía no dieron su primer beso, esos corredores  de vueltas alrededor de la mesa, rápidos como últimos días de vida. Veloces como yo trotando en este momento, me siguen, me soplan en la nuca y no me dan ni si quiera la hora para ubicarme temporalmente. Hay que apurare si no quiero caerme sobre la tumba de los laureles que algún día me coronaron. Hoy me rodea la cabeza un aro con tomates, rojos y verdes, todo tipo de tomates me tapan el pelo naranja y todo lo que sigue, ya saben esas cosas que hay después. No huelen a niños, ni a pañales, tienen aroma de estancamiento, textura de gloria ajena, ajena como el ojo ajeno, sonido de v cortas brindando con champagna; pero no ahora, no, de eso ni hablar, porque ahora estoy corriendo. Lo otro fue ayer, el día en el que lloré porque el agua bendita me humedeció la nariz.
Me quejo, no voy a correr más, me cansé, no estoy preparado para esto, así como ese quejido verde no está listo para salir. Que me siga quien quiera, todavía hay lugar en la habitación de las miserias. Que mi asesino me espose a la reja de la ventana, aún no puedo salir. Oye, miren fuera de la ventana, ese fantasma color espinaca, a él es a quien buscaba.
Lo declaro culpable de todas mis camisetas mojadas en las noches de Julio.

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